lunes, 30 de julio de 2007

La prepotencia de los matones


Que un presidente, en una disputa entre la Corte y los delincuentes, tome partido por estos últimos, es una vergüenza.


Por Héctor Abad Faciolince

Fecha: 07/28/2007 -1317

Cada vez que los guerrilleros cometen alguna barbaridad, el Presidente les muestra los colmillos y gruñe, iracundo, y le ordena al Ejército combatir a esos bandidos con todo el peso del aparato militar. Me parece bien. Lo que me parece mal es que cada vez que los paramilitares cometen un nuevo acto de indudable arrogancia, una bravuconada

prepotente, y nos chantajean con la amenaza de volver a su negocio de muerte, el presidente lo que pela es los dientes en una sonrisa y les ofrece otra ley para calmarlos y seguir rebajándoles las penas cada vez más y más, hasta que estas se conviertan en un parpadeo de prisión. ¿No les bastan a los matones condenas de ocho años por sus matanzas sin número, ocho años que serán cuatro y en los cuales les contarán sus meses de finca por cárcel? No, no les bastan; también quieren ser políticos, y que la sociedad los vea como héroes, como "hombres de paz", no como traficantes de drogas y de muerte sino como alzados en armas contra la iniquidad.

Los paramilitares hacen alarde de su poder, que permanece intacto en muchas regiones, y amedrentan a los civiles y al Estado con sus amenazas, pues hasta Uribe (que debería representar la dignidad del país, el poder de las instituciones), como un conejo asustado, se pone de su parte, y anuncia nuevas leyes para calmarlos. Eso significa que la prepotencia y la arrogancia de los sanguinarios siguen teniendo más peso que la autoridad de un gobierno débil, y más fuerza que la cobardía de una sociedad civil que no ha sido capaz de salir a marchar también contra los peores asesinos que ha habido en la historia de este país: los paramilitares. Que un Presidente, en una disputa entre la Corte y los delincuentes, tome partido por estos últimos, es una vergüenza que debería hacernos temblar de indignación.

Siempre se ha dicho, y hay algo de verdad en esto, que los paramilitares surgieron como una respuesta a la incapacidad del Estado para defendernos de las barbaridades de la guerrilla. Lo que no se ha dicho, y también es verdad, es que la degradación de la lucha guerrillera, el hecho de que unos campesinos con algunos ideales de justicia social se hubieran convertido en secuestradores sin hígados, en narcotraficantes y criminales sin un proyecto político, es también una respuesta al salvajismo con que los paramilitares los combatieron: arrasando pueblos, masacrando las poblaciones con las que la guerrilla tenía contacto, persiguiendo y matando a familiares que no estaban en la guerra.

Y otra cosa no se ha dicho. Es verdad que el gobierno de la Seguridad Democrática puede mostrar unas cifras que hablan bien de su gestión: en los últimos años es indudable que los homicidios han disminuido de una manera neta en Colombia. Esto es muy satisfactorio. Pero también significa una cosa clara, al coincidir con las desmovilizaciones paramilitares y con su orden de dejar de matar: los que más mataban en este país eran ellos. Si han disminuido las muertes violentas, y es verdad, es porque los más matones no están matando tanto, al menos de momento, aunque cada rato anuncian que están dispuestos a volver, y los peores de ellos ya volvieron a la clandestinidad, y se dedican a su misma rutina sanguinaria. Lo terrible es que en esta coyuntura el gobierno, en vez de apoyar a nuestra justicia, dice que debe "dialogar" con la Corte. Las Cortes no están para dialogar o negociar con el Ejecutivo sus sentencias, las Cortes imparten justicia. Y todos los ciudadanos debemos acatar sus decisiones, empezando por el Presidente de la República.

En una rueda de prensa con micrófonos, mesa, mantel, corbatas y camisas nuevas (¿no están en una cárcel? parecen en un hotel), los paramilitares anuncian que no volverán donde los jueces. Y lo más ridículo: advierten que no seguirán revelando "los lugares donde están las fosas comunes de las víctimas" hasta que se les reconozca su estatus político. Admiten implícitamente un delito atroz, fosas comunes, y al mismo tiempo se presentan como idealistas que luchan por la paz. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que el Presidente les dé la razón, en vez de encabezar una marcha también contra ellos.

Es verdad, las Farc han sembrado de secuestros y de sangre este país. Hay que marchar contra ellos y ya se ha hecho. Pero los paramilitares no han matado menos, han matado más. Entonces también contra ellos tendríamos que marchar. Si el gobierno se inclina ante los paramilitares, entonces no tenemos Estado, sino un centauro, un animal bifronte, mitad perro que le gruñe a la guerrilla y mitad conejo que les sonríe a los paramilitares. Con un gobierno alzado con los unos e inclinado a los otros nunca podremos avanzar. Nuestra única opción para salir del espanto que es este país es marchar, al mismo tiempo, contra el terror guerrillero y contra el horror paramilitar.

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