viernes, 27 de julio de 2007

PAX ROMANA

por Alberto AGUIRRE

Le preguntaron a López Michelsen en la W, el 29 de junio, cuál sería su consejo en la situación creada por el asesinato de los diputados del Valle, y contestó: “No sé cuál pueda ser el consejo, pero creo que no se está buscando una solución sino la victoria”.



Llamaron entonces al ministro del Interior y de Justicia, Carlos Holguín Sardi, para que comentara tal aserto, y dijo: “Bueno, es que la victoria también es una solución”. Aquél, el de López Michelsen, es el talante liberal; éste, el de Holguín, es el talante totalitario. Porque la victoria, en una contienda colectiva, nunca ha sido una solución. No conduce a la paz, como armonía y ausencia de conflictos. En general, los enciende por otra vía o con otros grupos próximos. En Gaza, los israelitas han logrado, no una, sino seis victorias sobre los palestinos, pero no por eso se ha logrado la solución del antiquísimo conflicto. Los ejércitos americanos han logrado la victoria sobre Sadam Hussein y sus seguidores, y sobre el pueblo y el gobierno de Iraq, pero no se ha logrado la solución del conflicto, cada vez más mortífero y virulento.
En el mejor de los casos, la victoria conduce a lo que se dice la pax romana, que así se llamó la que impusieron las legiones de Augusto en vastas regiones del Imperio. Esa paz, en las palabras de Beyreuth y Koenen (Diccionario teológico del Nuevo Testamento, Salamanca, 2003) “consiste en el sometimiento del aparato político religioso por la vía de las armas, y en la expoliación económica de la sociedad”. Lo que también se llama “la paz de los sepulcros”. Tan distinta a la paz cristiana, “que designa unas condiciones positivas de paz, alegría, reciprocidad humana, armonía social, justicia”.
En la manifestación contra el secuestro, en Cali, el 5 de julio, Carolina Charry, joven universitaria de 20 años de edad, dijo un discurso previamente escrito, que inició así: “Buenas tardes. Soy Carolina, hija del diputado Carlos Alberto Charry, asesinado por las Farc con la complicidad del Gobierno Nacional que fue inferior a su compromiso de devolverlos con vida. Gracias por movilizarse para rechazar las políticas del Gobierno, que están manchadas con la sangre de mi amado padre y de sus diez compañeros asesinados con él, a quienes un presidente indolente se negó a escuchar cuando le suplicaron en todos los tonos declarar a Pradera y Florida zona de encuentro para el acuerdo humanitario”. Conmueve el treno de su dolor: “Soy una colombiana que hace más de cinco años no puede abrazar a su padre, no puede contarle sus sueños, no puede sentir su protección, no puede recibir su bendición cada día, no puede mirarlo a los ojos y decirle: Te amo con todo mi corazón, te necesito, no puedo seguir viviendo sin ti”.
Allí presente, el ministro Holguín hizo mofa y escarnio de Carolina Charry. Dijo: “Es una niñita”; dijo: “Es inmadura”; dijo: “Está respirando por la herida”. Qué inclemencia. Qué dureza de corazón. Parece que lo tuviera envuelto, no en venas y sangre, sino en asbesto. Es el que se necesita para imponer la pax romana. Cómo será el dolor de Carolina Charry; cuán grande ha de ser el tamaño de su herida. Y dice Holguín, despiadado, que esa herida no le sirve a esta hija para el dolor sino para la venganza. Es infame. Dentro de esa misma vena guerrerista, el presidente Uribe dijo (Caracol, 4 de julio) que no habrá despeje ni acuerdo humanitario con las Farc, anotando: “Nos quedan tres años. Vamos ganando. Lo único es derrotarlos”. Pax romana.
Quizás convenga al menos por un tiempo vivir bajo la ilusión y el engaño de la paz de los sepulcros. En la 1ª página de El Mundo (18 de julio) se leen estas cuatro noticias: 1) “Plagiadas 2 personas en Abejorral, por las Farc”, 2) “Asesinado líder de la comunidad de paz de San José de Apartadó, por paramilitares”, 3) “El miedo aún manda en La Sierra, Comuna de Medellín”, 4) “En riesgo de muerte 200 alcaldes del país, por amenazas de diversos grupos armados”.

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